martes, febrero 15, 2005

Querido maestro, sea usted más amable, sea usted más feliz

Consideremos sociedad civilizada aquella en la que la gran mayoría de los que forman parte de ella tienen un mínimo de cultura para poder desarrollar un pensamiento propio. Y no soy quien para afirmar que pasemos el corte. Al menos considero que en los tiempos que corren la mayoría de la población española tiene asumido que la vida de todo niño y adolescente debe girar alrededor de los libros, y que la actividad más importante que ha de desarrollar es la de ir al colegio o instituto.

Pero, ¿cuál es la realmente el cometido de estas instituciones? ¿Se ponen los medios necesarios para formar a los futuros ciudadanos? ¿No es acaso triste que los alumnos sólo seamos (afortunadamente sólo en algunos casos), participantes de una maratón, en la que lo único que importa es llegar de los primeros a la meta, sin importar lo que se puede llegar a disfrutar en el camino?

Me quiero hacer entender. Estoy de acuerdo con aspectos del sistema vigente, comprendiendo que es necesario medir a las personas por medio de exámenes, que no hay otra forma. Pero estimo que si se instruyera de una forma más humana, los resultados serían mucho mejores.

En mi opinión, todo cuanto forma parte de nuestra cultura general, destacando lo que se haya arraigado con más firmeza en nuestro conocimiento, es aquello que nos produjo más inquietud aprender. Si consideramos esta percepción como algo subjetivo, el hecho de que algo nos guste o desarrolle en nosotros apatía, va a recaer siempre en cómo nos lo transmitió aquel de quien aprendimos.

Pensemos como surgieron los primeros maestros en la antigua Grecia. Existía una relación que con el tiempo se convertía en afectiva entre maestro y alumno. Éste depositaba en su instructor toda su confianza para ser formado. Era como un segundo padre. Y si suena a utopía irrealizable, una aproximación a aquello, quizá reduciendo el número de alumnos por clase, vendría muy bien al sistema educativo. Considero que el mecanismo que forma mejor a las personas es el diálogo entre ellas y que en ni los libros, ni los monólogos de un profesor, por muy importantes que sean, que lo son, jamás podrán suplirlo.

Volviendo a la enseñanza actual, ¿cuando merece un alumno ser tratado como un subordinado? ¿Se puede considerar buen profesor a aquel que no percibe o quiere no percibir las existentes diferencias entre alumnos, sin entender que debe ayudar a aquellos con más dificultades, y apoyar a aquellos que por constancia o capacidad tendrían un papel clave en el desarrollo de los primeros? Y si no, ¿cuál es el sentido de formar la comunidad que forma cada clase si el profesor no es capaz, de crear en el aula un clima en el que el orden aparezca por sí solo en lugar de imponerlo?

¿Quizá seamos víctimas del estrés de algunos profesores? Lo que vengo a referirme, es que si el profesor, no impusiera en tantas ocasiones su método de trabajo, comprendiendo a los alumnos e incluso aprendiendo de ellos, se conseguiría un desarrollo de su educación. La buena noticia, es que existen numerosos profesores que consiguen ambas cosas: mostrar su simpatía y preparar para un examen.

Artículo publicado también en el blog del diario Qué

No hay comentarios: